-A mi me hace gracia pegarla-, comentó Patricia (nombre ficticio), en el aula del taller. A mi me gusta pegarla… repetí en mi mente mientras miraba atónito la reacción fría de sus compañeros. Sólo algunos se sorprendían de su frase. El resto, nada.
Patricia es un alumna de la ESO, de un colegio de la Comunidad Valencia que hemos impartido nuestro taller sobre bullying. Patricia es preadoslecente, lo que dibuja el perfil de una muy joven maltratadora.
Son conocidas las travesuras de Patricia. Me giro y le pregunto: -Patricia, ¿disfrutas pegando?- ella responde, -sólo por defenderme- recula percatándose de mi gesto serio y mi tono preocupante. Sin embargo, el resto de compañeros, de manera unánime y automática vocean un “nooooo” alargado y desafiante.
Tenemos una, con suerte, dos horas de taller. Nuestra misión es reforzar el trabajo de las Unidades de Prevención Comunitaria de Conductas Adictivas en los distintos municipios de la comunidad. Tarea que no podemos coger con más agrado. Sin embargo, Patricia no necesita una, ni dos horas de taller en prevención y buen uso de las nuevas tecnologías. Patricia, antes que maltratadora es víctima de un sistema que precisa urgentemente de cursos que más allá de las nuevas tecnologías formen en valores, en la pasión por crecer, formarse y forjarse un mañana. Patricia necesita estímulos, atención y cariño. Patricia, lejos de su mal genio necesita un abrazo.
En el tiempo que estamos con ellos, realizamos un roll-playing con la intención de que alumnos como Patricia puedan ponerse en la piel de maltratado y del maltratador. Repartimos 8 sobres. Son 4 alumnos los que reciben un sobre con mensaje y otros, del mismo color que contenía el texto, un sobre sin mensaje. Los alumnos salen por colores. Uno, -quien tiene el mensaje- se convierte en emisor y el segundo, -con el sobre vacío-, se convierte en receptor. Estratégicamente sacamos primero a los alumnos que tienen un mensaje negativo. Las reacciones son siempre muy parecidas; las frases, se repiten: “no eres nadie” “te esperamos a la salida del colegio”, “te lo mereces”… ¿ellos? cabizbajos, callan, asienten, ninguno es el que en esa atmósfera cargada de energía negativa se atreve a decir que es divertido, ni si quiera Patricia. Después es el turno de los sobres con mensaje positivo: “Gracias por haberme ayudado”, “ese abrazo que me diste lo fue todo”, “gracias por tus palabras, estoy mucho mejor”. ¿ellos? Aplausos, abrazos, y entre algún que otro taller, una lágrima. -¿Os dais cuenta como cambia la atmósfera?, lo fácil que es transmitir emociones positivas?- pregunto cerrando la actividad.
En nuestra comunidad hay cientos de profesionales sanitarios trabajando porque alumnos como Patricia les llegue un mensaje positivo y de cambio. Nos sentimos honrados por hacer lo que hacemos, y –sabiendo que las administraciones podría hacer algo más- otras, con los recursos que tienen, realizan un trabajo loable.
Gracias a ellas por hacer llegar nuestro mensaje a Patricia y por seguir trabajando la prevención en tiempos que se hace más necesaria que nunca. Seguimos un curso más mejorando nuestros talleres y matizando en aquellos puntos donde creemos que los jóvenes flaquean en su aventura educativa.
Si sólo en este taller, a Patricia le da por pensárselo dos veces antes de volver a las andadas, habrá merecido la pena.